Sentía la garganta seca, necesitaba tomar agua, necesitaba alivianar quitarme aquella sensación de la garganta, no aguantaba más, estiré mi brazo a la derecha, donde suele estar mi vaso con agua encima de la mesita de noche, pero luego de un rato de tantear sin éxito, decido levantarme, el vaso no está, pero juraría que antes de ir a la habitación pase por la cocina a buscar ese vaso de agua que ahora no está, sé que lo traje, nunca voy a la cama sin mi vaso con agua. Debe de ser más de las 2:00 a. m., pero no logro ubicar el reloj con la alarma, todo se siente tan raro, reúno todas mis fuerzas, aún tengo sueño y ahora me siento cansada por la sed, siento que se me desgarra la garganta, intento pasar saliva, pero es una tarea difícil, casi imposible; logro levantarme de la cama, la habitación se siente más fría, ¿la calefacción? dañada, ¿época del año? Otoño, frío otoño, y aunque estoy abrigada, el frío traspasa mi abrigo, mis medias, mis guantes, absolutamente todo.
Fue nuestra última noche juntos, y debo de admitir que fue nuestra mejor noche. Las risas nunca cesaron, siempre miradas cómplices, casi con picardía, ¿pretendes qué todo aquello se me olvide? No lo creo. Fue casi un adiós, sin darnos cuenta nos despedimos. Tomaste mi mano, y bailamos al ritmo de alguna canción que teníamos en nuestras mentes, tu agarre tan fuerte me hizo creer que estaríamos juntos por un largo tiempo... ¿Qué fue realmente lo qué pasó? Me miraste, me besaste, me abrazaste, ¿qué fue lo qué ocurrió? Recosté mi cabeza en tu pecho aquella noche, tu mano subía y bajaba por mi espalda a un ritmo lento, no quería que aquel momento acabara nunca, quería seguir abrazándote, sentir el golpeteo de tu corazón, poder seguir sintiendo tu respiración... Todo de ti. Pero a la mañana siguiente no estabas, ni llegaste aquella noche, esperé por ti los siguientes días, fue como si nunca hubieses existido. Y esa noche te perdí para siempre.